Perdona que hoy no te hable, ni te cuente cómo fue mi día, ni te explique los detalles de mis últimas horas. Perdona si me quedo mirando al vacío, en silencio, inmóvil, admirando el paisaje blanco de la pared. Perdóname si no te acompaño a cenar aunque nos sentemos en la misma mesa.
Perdona que hoy no encuentre el humor mientras busco algo digno entre este montón de trapos sucios que me he traído a casa. Perdóname que hoy no tenga ganas de mirar la lista de películas pendientes ni de abrir esa botella de vino que compramos sin saber por qué.
Hoy tampoco pensaba ir a la guerra, pero ya ves cómo al final la vida tiene sus sorpresas. Me he pasado el día sorteando balas de pena mientras corría entre trincheras de soledad, tropezando con la desesperación y cayendo una y otra vez en las charcas de la impotencia. Voy repartiendo una esperanza que saco de las miradas inocentes de los niños y del empeño que ponen los otros miles de náufragos que me enseñan a remar con las manos desnudas en este mar lleno de tiburones invisibles y de piratas con cartera. No es que no tenga miedo, es que me lo he tragado para no pensar en él.
Tal vez creas que sería bueno para mi vomitar todas mis lágrimas y liberarme, pero te aseguro que hay pasajes de la vida que es mejor lavarlos con la lejía del tiempo y dejar que se sequen del todo antes de ponérselos encima. Tengo un buen fondo de armario; llevo años coleccionando miserias, dramas de los de verdad y puñales en la espalda, solo que ayer iba a trabajar con un simple maletín sin que nadie me aplaudiera y hoy ya ni alimenta creer que hice todo lo que pude, porque fue sin duda insuficiente.
Perdona que hoy te bañe de sinceridad: no quiero que hoy me quieras más que ayer, ni que seas mi colchón, ni que me saques las sonrisas que no siento. Sólo quiero que no te vayas, que te quedes cerca, que sepa que si un día me revienta el corazón pueda llamarte para contener la hemorragia, porque ese tipo de sangrados yo no los sé curar. Deja que me sumerja en mi caos y no quieras entrar en él. Deja que elija cuándo es mi hora de respirar. Deja que sea yo el que te dosifique mi lástima. Deja que baile con mi soledad.
Perdona que hoy no te hable. En breve saldré de esta cárcel, adosada a la aduana que separa la vida de la muerte y que es donde de verdad intento cumplir mi misión. Me conformo con saber que lo aceptas aunque no lo entiendas y que te aguantas las ganas de ayudarme a tu manera. No sufras más pensado en lo que sufro; en este caso, uno y uno ya son más de dos y esta historia queda entre tú y yo. Confía cuando te digo que estoy bien aunque sea mentira. Son cosas mías.
Perdona que hoy no te hable, pero no pienses que tu consuelo no sirve. Aunque no te hable recuerda que tienes un salvavidas de emergencia en cada dedo que se enreda en mi pelo, en cada palabra que no hace falta que te diga y, sobre todo, cada vez que no necesitas que te explique lo que me pasa porque ni yo lo entiendo.
Sólo soy un saco de huesos tan lleno de contradicciones como cualquiera. Quizás mañana la niebla haya pasado, pero, mientras tanto, gracias por no exigirme ser más de lo que soy, igual que tú, igual que todos. Ni más ni menos. Aunque mi piel sea de cuero, mi interior es ahora un jardín de cristal, quemado, sordo y lleno de flores rotas.
Déjame ser como tú siendo yo, déjame estar a tu lado sin ser nadie, deja que me abrace el aire de tu presencia, déjame ordenar mi oscuridad con los ojos cerrados, déjame que me unte la cara con el bálsamo de la normalidad, déjame, al fin, volver a ser alguien después de haberme disuelto en la nada.
Sabes que no puedo bajarme sin más de este tiovivo febril, sabes que el minuto de claridad lo ocupo en ellos y no en ti y sabes que siempre va a ser así mientras dure la tormenta. No me culpes ni me premies por ello.
Sólo quiéreme y perdona, perdona que hoy tampoco te hable.
Quisiera dedicar esta entrada a todos los Sanitarios, con mayúscula, que están dando lo mejor de sí mismos, sin épica, pero con toda la responsabilidad y vocación que les llevó por ese camino, igual que lo hacían antes de que esta pesadilla empezara. Es difícil entender lo que pasa por tu cabeza, y cómo entiendes la vida, cuando entras en este mundo. Ayudemos aceptando que hay obsesiones y silencios que son necesarios.
Va por ti, María.
Gracias por tu dibujo, Ángeles.