Leo en el diario de Mallorca que a partir del próximo mes de febrero la velocidad máxima en la vía de circunvalación que rodea la ciudad de Palma bajará de 120 a 80 kilómetros por hora. La medida tiene la intención de evitar atascos, reducir la contaminación ambiental, disminuir el impacto sonoro y toda esa batería de buenos deseos habitual en estos casos.
De entrada, no tengo ni idea de cómo se gestionan los coches. “Ellos sabrán, que lo habrán mirado”, pienso. Pero lo que me chirría es el concepto de limitar de manera definitiva e inamovible (lo que acabará tarde o temprano en una multa, claro está), en vez proponer algo orientado a aconsejar y adaptar la velocidad del vehículo en función de las circunstancias. Puede que ir a más de ochenta a las diez de la mañana de un martes, con una determinada densidad de tráfico, o con algunas circunstancias imprevistas (un accidente, un vehículo averiado, un carril inutilizado) provoque un atasco a tres kilómetros de distancia; pero igual a las siete de la tarde de un domingo esta restricción no tenga más consecuencia que la estar pendiente del velocímetro para evitar la sanción. Y tal vez, aunque lo máximo sean ochenta, lo aconsejable en ese momento sea circular a cuarenta porque llueve a cántaros.
Por eso la idea, de entrada y sin jugar a controlador de coches, no me parece ni buena ni mala, sino un simple apaño. Me recuerda a mi abuelo, que todo lo arreglaba con cuerdas y alambres, independientemente de la naturaleza del objeto estropeado o del tipo de lesión: la misma cuerda y el mismo alambre para todo.
Tal vez sería mucho más interesante, puestos a imaginar, y mientras esperamos al coche autónomo, que en cada momento se nos informara de la velocidad exacta a la que deberíamos circular para llegar a nuestro destino en el menor tiempo posible. Estoy seguro de que además la sugerencia sería mucho mejor recibida por el conductor, pues el mensaje ya no es una prohibición, sino una recomendación, un consejo objetivo basado en hechos y datos que al conductor le conviene seguir por su propio beneficio. A medida que comprobemos que las instrucciones generadas por una inteligencia que monitoriza la circulación y sus circunstancias de manera aséptica y sin afán recaudador nos benefician, quizás no haya necesidad de sancionar ni de prohibir, sino simplemente de informar.
Pero claro, he aquí que esa infraestructura sólo es posible desde una perspectiva orientada a optimizar resultados, no a evitar situaciones indeseables, y esto me parece un matiz a tener en cuenta. ¿Trabajamos para que todos lleguemos en el menor tiempo posible a nuestro destino, o para evitar atascos? Si no evitamos atascos, pero tardamos una hora cuando podríamos llegar en treinta minutos, ¿es un éxito o un parche? ¿Cuál es el objetivo real? Evitar atascos es la consecuencia de optimizar la circulación, pero no se optimiza la circulación evitando atascos.
A medida que llegan brillantes soluciones supuestamente digitales quizás deberíamos preguntarnos si realmente son propuestas adaptativas y orientadas a generar resultados o bien esconden desarrollos limitantes pensados para parchear el sistema y así evitar el dolor de cambiar el modelo subyacente. Un parche sigue siendo un parche por muy digital que sea. La esencial es rediseñar el modelo sabiendo que buscamos otra cosa, no arreglar lo anterior. Es el modelo el que debe responder al porqué, mientras que lo digital sólo es la herramienta del cómo hacerlo adaptativo, personalizado, escalable y, en definitiva, posible.
Hablamos de coches y autopistas, pero la idea es aplicable a personas y a provisión de servicios de salud, alumnos y formación, relaciones y comunicación. La pandemia ha tambaleado los cimientos de un modelo conceptual obsoleto y ultraparcheado mitad con cuerdas de esparto y mitad con alambres digitales. Pero si queremos prepararnos para lo que nos viene por delante y crear un modelo que responda a las necesidades reales, la idea no es limitar velocidades para evitar atascos, sino cambiar el modelo de gestión del tráfico para asegurar la máxima fluidez. Confundir la consecuencias (evitar atascos) con el objetivo (optimizar el tráfico) lleva a perder el tiempo en estrategias más sencillas y tranquilizadoras que no suponen cambios cualitativos. No son más que parches que a largo plazo sólo sirven para mantener con vida un modelo agonizante e ineficiente.
Es más fácil y tentador deslumbrar con lucecitas que cambiar modelos y culturas, pero ya sabemos el final de cada camino.
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