Caminas agotando las calles que te quedan por ver.
Con la mirada de niño pequeño que lo descubre todo, sonriendo y satisfecho sólo por estar.
A tu familia le cuento lo que ocurre. Ya es tarde para poner remedio. No sufres gracias a la mano invisible que cada día te borra un capítulo de la memoria evitando el suplicio de comprender lo que te muerde por dentro. Hablamos de todo un poco y de nada en realidad.
Mejor así.
Volverás a tu tierra, lejos, en breve. Ellos quieren que tu libro se termine donde lo empezaste a escribir, cerca de la fuente de la que salieron los pocos recuerdos que aún conservas en tu universo cada vez más breve y descolorido. Eso es bueno, pienso. Preparar el camino para salir de la vida sin ruido y rodeado de lo cotidiano, cerrar el círculo sin dejar flecos.
¿Por qué no tendría que ser siempre así? ¿Es tan difícil?
Nos despedimos. Me habéis regalado un llavero de recuerdo, que guardaré, y el agradecimiento sincero por el tiempo dedicado y las explicaciones.
No nos volveremos a ver. Te deseo buen viaje.
En la facultad no estudiábamos para sacar el carnet de Caronte. Pensábamos que la medicina era cuestión de aprenderse los libros y usar artilugios sofisticados para curar. Eso pasa a veces, claro, pero cuando salvar no es una opción, toca guardar la bata, el fonendo y los cacharros de luces. Hay que coger con fuerza los remos de la última barca que les queda y dirigirla hacia la ribera definitiva antes de que las sombras les roben los suspiros a lo que se despiden y el ínfimo consuelo a los que se quedan.
Es un río difícil. Caudaloso y veloz a veces, lastimoso y lento otras, oscuro y diferente casi siempre.
Aprendí que hay que dibujar un horizonte, el que sea, con su muelle de desembarco.
Sin referencias somos presa fácil de los fantasmas que huelen la deriva y se alimentan del miedo. Pero con la luz de un faro mínimo que permita dibujar un rumbo ya sabemos si nos acercamos o nos alejamos, si es mejor parar o seguir, si estamos llegando o nos hemos vuelto a perder. Tener dirección y propósito es la diferencia entre avanzar con algo de paz o sufriendo la zozobra por el capricho de una corriente impersonal que no respeta un tiempo que se acaba.
Hay muchas maneras de llegar al otro lado y quizás ninguna sea buena. Pero no por eso debemos renunciar a un viaje más amable, más tranquilo o con menos baches. No podemos elegir el destino, sólo la forma de superar la distancia. Y no, no tengo el manual infalible. Me he caído tantas veces en el agua que incluso oír el “gracias por todo” cuando al fin llegamos no evita las dudas.
No sé qué te quedará de mí, al margen de una imagen efímera que ya no debe existir. Espero que el mapa que os he dejado sirva para que des el último paso sin dolor y para que a ellos les duela un poco menos. Entonces tendrá sentido volver a navegar.